Mientras que a primera hora de la mañana de lo que hubiera sido un sábado cualquiera, Xavier y David se vestían el uniforme en la sede de los Agentes Rurales de la comarca leridana de El Segrià, probablemente comentaron que sería una buena jornada para los cazadores del tordo. Y también para ellos, quienes ese sábado tenían encomendada su vigilancia. No solían trabajar juntos, pero tenían por delante un espléndido día luminoso, lo cual es de agradecer en los inviernos del llano de Lleida, donde es tan frecuente la niebla.
En palabras de Antonio Gutiérrez (o si se prefiere de Oak, su “avatar” profesional), estos dos jóvenes padres de familia habían escogido dedicar su vida profesional a ser “Guardianes de lo esencial, de donde todos salimos y a donde todos volvemos”. Superaron para ello unas duras oposiciones y consiguieron el sueño de trabajar conservando el patrimonio natural que heredamos de nuestros mayores, para cederlo, en mejor estado si fuera posible, a quienes nos sucederán en este confuso mundo.
Su cometido aquel día, como tantos otros, sería puramente de policía medioambiental. Como a veces se dice entre compañeros de profesión, iban a “cazar cazadores”. A cazar cazadores furtivos, claro, porque muchos cazadores legales agradecen y reclaman nuestra presencia en el campo.
Su tarea sería descubrir entre olivos y cerros áridos, a quienes estuvieran cazando sin la documentación requerida, o con armas irregulares o con munición prohibida, y a aquellos que dieran muerte a especies protegidas. Identificarles, denunciarles y decomisarles armas, munición y caza obtenida ilegalmente. Todo ello con la única ayuda de unos prismáticos, una libreta, un bolígrafo y su palabra. Y teniendo la Ley de su parte (que no siempre de la Administración de la que dependían).
Ambos Agentes eran expertos en esto. En sus servicios en las comarcas agrícolas del sur de la provincia de Lleida, habían atesorado la experiencia de centenares de inspecciones y decenas de denuncias a cazadores furtivos. A menudo “gente complicada”, pues para la caza del tordo pueden adquirirse económicos “pases de un día” y eso “atrae” a un tipo de cazadores que en nuestra jerga se llaman “escopeteros”. Ese día descubrieron a otro, y para ellos tristemente fue el último.
En uno de los relatos del libro que tienes entre manos, Oak asevera que “tiene que ocurrir una desgracia para que se tomen finalmente medidas. Lo lamentable es que estas desgracias nunca les tocarían a ellos, a los que las ocasionan por sus negligentes directrices. Si fuera así, seguro que antes de que ocurriesen se habrían tomado todo tipo de precauciones”.
Y así sucedió el triste asesinato de estos dos Agentes Rurales de la Generalitat de Cataluña, estos dos “custodios de lo primordial”. Sin ninguna posibilidad de defenderse ante el cañón de una escopeta apuntándoles desde un metro de distancia. Sólo las manos vacías, que nada pudieron contra la pólvora y los perdigones.
Los Agentes Forestales en España, desde sus inicios, siempre habían sido “gente de armas”. Pero el traspaso a las Comunidades Autónomas les conllevó el desarme progresivo, casi total. La diáspora trajo también, en la mayor parte de territorios, un arrinconamiento de la profesión. La legislación de protección del medio ambiente se multiplicó exponencialmente, y estos cuerpos de funcionarios, transformados en Agentes Medioambientales, asumieron teóricamente el encargo de hacerla cumplir. Pero en realidad, la Naturaleza sigue sin votar en las urnas, sin financiar partidos políticos. Y en cambio el trabajo bien hecho de sus custodios, haciendo cumplir unas leyes demasiado a menudo aprobadas de cara a la galería o por asumir directivas europeas, tensiona a sectores y a empresas que basan su disfrute o su negocio en la ocupación y el expolio de los recursos naturales.
Por ello, escribiendo sus anécdotas, Oak lucha por dar a conocer una profesión ninguneada, casi escondida por los gobernantes. El presente volumen, dedicado a Xavier y a David, es un ejemplo de lo que más necesitamos los Agentes Medioambientales: que se nos conozca, que se valore nuestro cometido. Oak sabe que las vivencias, los peligros y las inquietudes de un Agente del Medio Natural en Extremadura son las mismas que sus homólogos de cualquier otra parte del Estado, aunque existan ahora 17 cuerpos autonómicos y 11 denominaciones distintas. Y ninguna manera mejor de explicarlas, que a través de anécdotas vividas en primera persona, contadas en forma de cortos relatos.
Con humor, a veces con fina ironía, Oak se lleva de la mano al lector a “estronchar jaras” con los Agentes Medioambientales. Con un rico vocabulario, increíble capacidad descriptiva y gran sensibilidad, describe paisajes que impregnarán al lector del olor a monte. Y lo hará sorprendiéndole, una y otra vez, con la variedad de funciones que ejercen estos desconocidos profesionales.
También la magia está presente entre las páginas que te dispones a leer. Porque Oak ha sido uno de los afortunados que han descubierto los Elementales del bosque. Ellos le han recordado que, aunque el hombre se cree amo y señor de la creación, en realidad todos los animales somos hermanos, hijos de la misma Madre Naturaleza.
Pero si algo destaca en el autor son sus valores y su integridad. Mantiene continuamente un diálogo interno, lleno de moralidad y de sentido del deber profesional. Y por ello hace bien en permitirse la crítica hacia aquellos Agentes Medioambientales que no se comprometen con su profesión, con su cometido. A quienes se acomodan y le restan valor al uniforme que compartimos. A los que escurren el bulto, a quienes difícilmente un cazador furtivo amenazará, pues cuando escuchan tiros se van a patrullar en dirección contraria… o se quedan en el coche. Para Oak, como para muchos de nosotros, resulta demoledor el desdén de compañeros, “de los nuestros”, de esta misma “familia forestal” a la que a menudo él se refiere.
En sus relatos también hay espacio para señalar la connivencia de la Administración con los poderosos. Para Oak, como para muchos de nosotros, resulta muy duro admitir que demasiadas veces las leyes a las que nos debemos como funcionarios, permiten destrozos en la naturaleza que él quisiera combatir. Muchas de las agresiones más profundas que recibe la Naturaleza son legales, no pocas de ellas incluso las pagamos entre todos en forma de subvenciones a grandes terratenientes e impuestos que se usarán para costosas infraestructuras que llevarán a cabo grandes empresas.
Y para Oak, como para muchos de nosotros, resulta cansino ver cómo las mejoras profesionales se hacen habitualmente “contra viento y marea”, es decir, en contra de los “jefes” y de los directivos de las respectivas Administraciones. Los primeros, demasiado ocupados en guardar su silla de minúsculo poder. Los segundos, casi siempre desconocedores de las necesidades del servicio, sólo pendientes de dar la imagen de cuidado de la naturaleza, pero sin interesarse por sus guardianes.
Quizás por eso Oak disfrutó en 2013 del Congreso de Toledo. Porque la mayoría de los que allí fuimos, éramos y somos “de los comprometidos”. Y en el presente libro dedica cuatro capítulos, con todo lujo de detalles, a las experiencias vividas en la “ciudad de las tres culturas”. Porque como él dice, en los Congresos se “cargan las pilas” para seguir cada uno en su lucha diaria profesional. Y a la vez, le apenó comprobar que en todos los territorios, los de la “sobrevesta verde”, como nos llama, contamos con más apoyo de la ciudadanía y de las Fiscalías de Medio Ambiente que de las propias Administraciones de las que dependemos.
Antonio es un escritor documentado, no sólo sobre la profesión, sino también sobre la historia. Capaz de reproducir si hace falta, supuestas conversaciones entre romanos que tuvieron lugar hace 2000 años en lo que ahora son restos del patrimonio cultural en el medio natural, que protegemos de expoliadores y excavadoras conducidas por ignorantes unas veces, o por egoístas intereses, otras.
Antonio es también un escritor humilde, agradecido. Dedica uno de los relatos al encuentro anual de la Asociación Española de Agentes Forestales y Medioambientales que tuvo lugar en 2012, en el cual se le reconoció públicamente nombrándole Socio de Honor. Como siempre, tuvo lugar a la umbría de la Sierra de Guadarrama, en Valsaín (Segovia). En aquel marco incomparable se inspiró para, en su excelente novela de 2013 (Caballo Blanco, editorial Círculo Rojo), llamar “Valsáin” al reino en el que sucedían las aventuras del caballero Horsewhite.
Y Antonio es, por encima de todo, un profesional enorme que sabe cómo transmitir ese amor por el territorio que tenaz y noblemente protege. Lo hace atribuyendo supuestas cualidades humanas a los animales, y supuestas cualidades animales a los elementos, e incluso a las herramientas. Así, a través de Oak nos habla de su Galloper, su coche patrulla, como si del mejor corcel se tratara. O de sus batallas contra el “Dragón de fuego”, aquel que algunas noches le impide reposar junto a su amada.
Muchas personas tenemos un lugar en la Naturaleza en el que nos sentimos profundamente conectados con la Vida. En el caso de Antonio es la hermosa Sierra de San Pedro, entre Cáceres y Badajoz, la cual define como su “amante prestada”. Deseo que de la mano de Oak os sintáis como si estuvierais caminando a su lado, estronchando jaras hacia ese sitio tan vuestro, en una soleada mañana de invierno.
Francesc Coll i Riba
Licenciado en Criminología
Presidente de la Asociación Profesional de Agentes Rurales de Cataluña