El amor, la guerra, la compleja dialéctica entre la razón y los sentimientos. Todo ello está en ‘Caballo blanco’, la segunda novela de Antonio Gutiérrez, su segundo hijo literario de ficción, tras ‘Cariyárbur’, que siguió a las crónicas del agente forestal ‘Oak’. “La vida no te la cambia tanto el primer hijo como el segundo”, repite con frecuencia un compañero y amigo “ducho en estas lides”, que bien podría decir alguno de los personajes que van a empezar a conocer en cuanto tengan la suerte de acabar estas líneas. O que podría escribir también ‘Oak’, cuya sombra
aparece en cada capítulo de la obra que tiene entre manos.
Me pongo a salvo de la tentación periodística de contarlo todo y así arruinar la lectura de las andanzas de Horsewhite, y hago el esfuerzo –misterio manda— de limitarme a esbozar con discreción qué hay tras este prólogo cuyo encargo agradezco al autor no más que el hecho de haberme permitido conocer
su mundo literario, el real y el de ficción.
La segunda novela, como el segundo hijo, no es tarea sencilla.
Como no lo es salvar el muro que constituye una página en blanco y un bolígrafo o un teclado en la mesa. Antonio, u ‘Oak’ si se prefiere, ha saltado esa valla y nos coloca en la librería de casa este relato de lectura agradecida, de mundos y personajes ricos en matices, que mezcla dureza, rudeza, crudeza a veces, con sentido, sensibilidad y hasta sensualidad. Amor y guerra, en definitiva. Corazón y cabeza. Realidad y ficción, si se quiere.
Hablamos de un caballero, de caballeros más bien, y sin embargo hay un poso de ternura, de delicadeza, envolviéndolo casi todo. Quizás es porque como sucede tantas veces en la literatura, al fondo de la historia, lo quiera o no, asoma el autor.
Tiene ‘Caballo blanco’ un aire cinematográfico, construido a partir de una determinada manera de describir, a partir también de una concreta sucesión de escenas y diálogos, y seguramente, a partir de un determinado uso del lenguaje. Tiene también un ritmo creciente, que acelera después de que el lector haya tenido tiempo suficiente como para hacerse una composición de lugar y situarse con pies firmes frente a Horsewhite, el rey Agnus, la infanta Judith y otras gentes de Valsáin. No contaremos más. Descúbralo el lector por sí mismo. Hágalo de la mano de ‘Oak’, o de Antonio. Como quiera. En cualquiera de los casos, entrará en el mundo del autor de esta novela, que es un agente forestal que escribe, o un escritor que además se gana la vida cuidando de nuestros montes. Los dos perfiles están en esta novela que podríamos llamar histórica aunque se enmarque en un mundo ficticio –quizás no tanto—. O deberíamos llamarla amorosa. O guerrera. O sentimental, o tierna, o dura. Al gusto. Aventurera, con seguridad. Entretenida, en
cualquier caso. Enhorabuena a Antonio por escribirla y a usted –entre caballeros estamos, ya lo verá— por elegirla entre sus lecturas. A galopar, amigo.
Antonio Armero
Prólogo de Caballo Blanco